jueves, 26 de junio de 2008

Sexo en la ciudad, la decepción


Decepcionada. Así terminé cuando saqué el último disco de la sexta temporada de Sexo en la Ciudad de la bandeja de mi DVD player. Me acuerdo que ese día me retorcí del enojo de ver que mi pelotón femenino favorito --que durante cinco temporadas demostró una vida emocional más enredada que una bola de pelos de un rastafari y un tren de relaciones de pareja más estrepitoso que una carrera de microbuses de la ruta 38 en la carretera Troncal del Norte— cayó rendido ante el maldito síndrome de Cenicienta.

La temporada acabó con el consabido y gastado final feliz, después de cinco temporadas las protagonistas nos vivieron remachando que el mundo de las relaciones es un intrincado laberinto. Las cuatro acabaron, sí, claro, como no, felices con un hombre a la par. Tras concluir la temporada le di vuelta a mis sesos pensando que si fue una deliberada ironía de los productores que aquellas flamantes mujeres se quedaran con extrañas antítesis de príncipes azules: un mesero convertido en símbolo sexual a fuerza de bombardeo mediático, un nervioso propietario de un bar, un abogado calvo que suda en exceso y que vive esparciendo vello corporal y Big, ese enigmático y maligno ejemplar.

Aún mordisqueando mi rabieta, por aquel mal sabor que me dejó el happy ending de la sixth season, me zambullí a ver “la película”. Iba con la esperanza que aquel largo episodio en pantalla gigante redimiría la esencia original de la serie.

Craso error. Encontré una historia que fácilmente se puede cortar en bloques, empacar y despachar. Al inicio no me quise sugestionar con la crítica del comentarista de cine Élmer Menjívar, quien días atrás había planteado que la película era una reunión de todos los finales probables de la serie. (Élmer: creo que tenés un poco de razón.).

La verdad es que la película me pareció uno de esos largos episodios hechos justo para hacer sufrir a los seguidores con un final forzado y con algunos errores. Si no, alguien me puede explicar cómo es que quedaron “olvidados” un par de zapatos azules en el armario del penthouse que Big compró para Carrie. ¿Cómo una compañía de mudanzas empacó todos los bienes de Bradshow, menos ese par de zapatos azules, gracias a los cuales Carrie se reencontró con Big y lo perdonó por dejarla plantada el día de la boda?

En la película, no sé si fue mi paranoia, pero me temo que salió a flote la tensión entre Kim Catrall y Sarah Jessica Parker. De lo contrario cómo explican que Samantha termine exiliada en la ciudad de Los Ángeles y desaparezca de las ultra chic calles de Nueva York. Además, ¿cómo es posible que ese mujerón insaciable llamado Samantha salga corriendo tras un hombre hacia la frenética ciudad angelina.

Otro punto que llama la atención es que Catrall no protagonizó ninguna escena de alcoba, lo cual indica quién se salió con las suyas en la negociación de retorno para filmar la película.

La aparición del personaje de Santa Luisa de San Luisa me pareció encantadora. Breve, pero encantadora.

Aunque agradecí que incluyeran un desfile de modas, extrañé primerísimos planos de zapatos. Y los zapatos que incluyeron en la película no me parecieron despampanantes (perdón, colegas zapatófilas, pero es la verdad). Los únicos que me llamaron la atención fueron las sandalias con figura de esqueleto de pescado que usó Samantha, durante su breve transformación en mesa humana de sushi.

Me pareció pecado capital que no dedicaran un par de minutos a la selección de calzado para el vestido de bodas de Carrie. Oigan, estamos hablando de una zapatófila consagrada y del día de su boda. Cómo es posible que hayan dedicado ni una tan sola toma de vídeo. ¡Agh! Al llegar a este punto ya comienzo a molestarme con la película. Así que mejor lo dejo hasta acá. Vayan a verla, piensen en las cinco temporadas anteriores, reflexionen y comenten. Talvez disentimos o comulgamos en algo.

http://www.sexandthecitymovie.com/

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