jueves, 8 de julio de 2010

Confieso que no sé cocinar

No sé cocinar, pero me envician los programas de cocina y los espectáculos que dan algunos restaurantes salvadoreños para transformar los alimentos crudos en magníficas creaciones culinarias.


Confieso que no sé cocinar, pero me encantan los programas sobre recetas. Este último vicio comenzó cuando llegó la televisión por cable a la casa materna. 

Ese tubo negro con cabezal metálico trajo consigo a Emeril Show, Curtis Stone, Jaime Olivieri  y una constelación de expertos que además de saber las propiedades de las hierbas, las carnes,  vegetales, salsas y aditivos de cocina, son unos extraordinarios versados en la bioquímica de los alimentos. En la televisión local, goza de mi respeto el segmento de cocina del programa Olga! de la legendarísima Olga Miranda.


Desde el 12 de febrero de 2010 tengo una terrible urticaria y desde hace un par de años adolesco de alta presión arterial, que en términos mundanos y prácticos se traduce en un veto a la sal y a los preservante. 
 
Hasta ahora no he visto ningún programa especializado en cocina para el colectivo de hipertensos y alérgicos, o en su defecto, algún par de recetas. No obstante, los diabéticos y vegetarianos (con todas sus subcategorías) disponen de literartura gastronómica específica. Les tengo envidia, pero de la buena, no se preocupen.

A raíz del más reciente de mis males –que inicia con unas manchas rojas que luego se traducen en un escozor insufrible al punto de querer arrancarse la piel -- me ha obligado a leer las viñetas de las latas, bolsa y cuanto empaque exista para ingredientes de cocina, vegetales, carnes y demás.  
También me ha empujado a interrogar a las meseras de los restaurantes sobre los ingredientes y procedimientos de cocción de sus platillos. Más de alguna me ha mentido  y me ha ocasionado terribles consecuencias. Aunque mi paladar pasa inadvertida la trampa de esa mesera embustera, mi organismo no, y me lo ha reclamado con creces. 

En vista de las consecuencias, cuando puedo trato de sentarme cerca de las cocinas de los restaurantes, lo cual suele ser arriesgado en ocasiones (por aquello de los accidentes de cocina o platos que caen por el suelo mucho antes de llegar a la mesa de los comensales) y otras veces es una toda una experiencia didáctica y de descubrimiento.

Hoy por ejemplo, me enteré que las famosas naranjadas son una extraña mezcla de jarabe, un aditivo amarillo y agua mineral. No crea que ese flamante fresco que cuesta casi $2 en los restaurantes –casi el valor de un garrafón de agua potable embotellada servida a domicilio--  viene de las jugosas lágrimas de gordas naranjas de gruesa cáscara y apetitoso aspecto. No. Es 100% artificial. Una historia similar me han contado sobre los huevos que sirven en los establecimientos de comida rápida, pero eso aún no me consta. 

Así que mejor me quedo con la comida hecha en casa, con amor y calor de hogar :)

2 comentarios:

The Human Tricks dijo...

me diste hambre y yo a dieta, mientras dure jajaja

Anónimo dijo...

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