lunes, 25 de junio de 2007

Día delicioso


("Conchas". Foto de Blanca Abarca)

Vaya día. Me desperté tras una pesadilla. Soñé que enviaba a reparar mi vehículo y me lo habían dejado horrible. (La noche del jueves arruiné la cobertura del bumper de mi carro). Me levanté de la cama. No me quise bañar. Hice un par de llamadas. Salí a preguntar cuánto costaba la reparación de mi vehículo y de mis lentes (los pobres andan discapacitados). El remiendo automotriz cuesta seis dólares. Un bumper nuevo 140 dólares. Los lentes el doble de esa suma. Indignada regresé a mi casa, con la idea de desagorme toda la tarde en el gimnasio.
("Vista del Lago de Ilopango desde cantón Joya Grande. Foto de Blanca Abarca).

Pero Dionisio, el rey griego, deparó otro destino para mi. Una llamada de Mauricio entró a mi celular. "Vamos al lago". Adiós tormentos. Nos dirigimos al lago de Ilopango. Departimos una sopa de pescado, pescadillas fritas y bebidas.


("Vaso, plato y pocillo vacíos". Foto de Blanca Abarca)

Una cinquera instalada en el comedor nos regaló música y vídeos (la tecnología mp3 y youtube están a la orilla del cantón Joya Grande en Santiago Texacuangos, a 20 kilómetros del centro de San Salvador). Por el monitor, empotrado sobre unos monstruosos parlantes en medio de la arena lacustre, ubicado tras un par de hamacas, disfrutamos la versión en vivo de "Vogue" del tour Reinvention de Madonna con coreografía de acróbatas asiáticos, "Con todos menos conmigo de Timbiriche" y una batería musical que sólo a Mauricio le gusta (Camilo Sesto, Roberto Carlos, José José, Paquita la del Barrio). Otro comensal programó como seis veces la celebérrima "Jefe de jefes" de Los Tigres del Norte. Un nativo, mayor y hermano lejano, se emocionó tanto con la versión de Celia Cruz de "La vida es un carnaval" que empezó a bailar cual estriper geriátrico alcoholizado. Todo un show.


(Bebedor de Los Encuentros. Foto de Blanca Abarca)

Luego Mauricio me enseñó "Los Encuentros", un bar ubicado en la zona más deprimida del centro de San Salvador. Debo confesar que las bocas son de las más variadas, tal como me lo había promocionado Mauricio. Ahí le sirven desde tres ciruelas, mangos, punches, pancitos con ajo, costillas hasta garrobo. Ahí departimos con Cicela y Mario Morales, su novio. Más música para ebrios. En el lugar es increíble la cantidad de artículos que llegan a ofrecer a las mesas: películas, llaveros, dulces, cigarrillos, relojes hasta ropa interior. Terminamos cenando en el legendario restaurante Carymar. Recuerdo que mi madre, durante mi infancia, nos hacía atravesar la fría y enneblinada Santa Tecla para comer las quesadillas Carymar. Ordené una. Adió al encanto. Estaba fría y atragantadora. Ordené una pupusa de queso. ¡La gloria! La lluvia y la hora del cierre del local nos sacó. Regresé a casa y ahora heme acá rehúsandome a la idea de lavar platos, recoger la ropa del suelo. Un día delicioso por la compañía. Lástima demasiada comida.

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