sábado, 13 de enero de 2007

En Opico, por error


Foto de Raúl Mercado

San Juan Opico siempre me sonó a un pueblo soporífero y pegajoso. Por un error automovilístico, el primer fin de semana de enero fui a dar a ese municipio del departamento de La Libertad. Lo primero que me atrajo fue su iglesia colonial, una estructura sospechosamente perfecta: una fachada nívea, rematada por una corona mariana que desbordaba pintura blanca y detalles demasiado cuidados; dos torres perfectamente conservadas; un atrio con crotos rojos y amarillos que llevaban a una fina escultura de mármol de la Virgen María, de la década de los 30.

Toda aquella pureza me resultaba exagerada. "Acá hubo una restauración desmedida y hasta abusiva", pensé.

Después de pasar la puerta principal, me quedé boquiabierta. Aquel escenario religioso me transportó a mis años de infancia.

Me vi en la misa de las seis de la mañana en la parroquia de San Jacinto, el barrio que en el 2006 cumplió 400 años de fundación.

"Son idénticos", grité para mis adentros. Los templos de San Juan Opico y San Jacinto guardan muchísimas semejanzas arquitectónicas. Ambas tienen un mezzanine sobre la puerta principal, elevado cielo falso de madera, nave central escoltada por columnas que terminan en arcos de madera -los mismo que perseguía con la vista durante las somníferas homilías del padre Ortíz, aquel sacerdote paulino semiciego, histriónico e incomprensible-.

Aquel recuerdo me provocó un amargo nudo en la garganta. De la iglesia de mi querido barrio querido ahora sólo queda una cuadrada y aburrida estructura de cemento.

Las torres de madera del templo de San Jacinto -que ahora en mi adultez me enteré que acogieron las primeras planeaciones de la aviación salvadoreña- siempre me parecieron idéntica a las de la maltrecha iglesia de San Sebastián, al surponiente del centro histórico capitalino.

Comprendo que los diseños de la época eran muy similares. Envidio que Opico aún conserve esta joya. A mi ahora solo me quedan recuerdos del templo, donde fui otrora católica romana entregada.


P.D.: Además del templo me llamó la atención que Opico se conserve sin grafitis, con las calles limpias y con poca influencia estadounidense (aunque no dudo que existan familias beneficiadas con las perniciosas remesas). Las pupusas de camarones de río (con cáscara, ¡por favor!) también llamaron mi atención. Camarones con cáscara. A mi mejor amigo y compañero de travesía esa idea gastronómica le pareció encantadora. Mi estómago y mis antojos no pensaron lo mismo. Opico,¡ mis respetos!

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