miércoles, 28 de mayo de 2008

Para que no se me olvide teclear (y a petición de Súchit Chávez)... les presento a La Lola


Para que no se me olvide escribir, vuelvo a teclear.

Les cuento que ya tengo bicicleta. Sí, a los 33 años se me ha antojado aprender a andar en bicicleta. En mi infancia no tuve más que un triciclo rojo, al que todavía le profeso un mìtico y entrañable cariño. Aquel vehículo sobrevivió un poco más de un lustro. Luego su chasis se me ha perdido en la desmemoria. Seguro que sus restos fueron a parar a la quebrada que hace las veces de basurero frente a la casa materna.


De adolescente no tengo recuerdos de haber tenido bicicleta. Sólo conservo una corta y borosa imagen. Estaba en el plafón de la casa materna, era tarde, el suelo era de ese cemento carrasposo. Intenté subirme a la bicicleta. Me apoyé en la casa de lámina de la Snoopy (la pastor alemán de la familia), intenté avanzar pero terminé tendida en el suelo con las manos raspadas y las piernas enredadas en la cadena grasosa de aquel vehículo de dos ruedas (estoy casi segura que era una bicicleta "ajena", como decían en mi casa, y arruinada).

Asì que hoy, a los 33 años, con el sobrepeso y el precio del combustible por las nubes se me ha metido entre ceja y ceja que quiero aprender a ser "un alma libre y salvaje" (como dice Súchit Chávez) tras el manubrio de una bicicleta.

El Zambell, otrora dueño de mis sentimientos de adolescente, me introdujo hace como un mes en las artes del equilibrio y avance a bordo de bicicleta. Después de tres horas de prueba y error en el Parque Cuscatlán vencí el miedo. Soy una alumna muy dura y ruda.


Durante la clase temía acabar sin diente, con el brazo partido o la piel raspada. Por fortuna, no me quebré ningún hueso. Pero terminé con las piernas llenas de moretes y con la piel literalmente rebanada en las pantorrillas.


Pese a las lesiones físicas, el peor vejamen de mi entrenamiento vino de unos infantes, que campantemente se lucían en sus bicicletas entre las calles de tierra del Parque Cuscatlàn. "Vaya, por fin aprendió andar en bicicleta", me espetó una niña, que fue testiga de mis tres amargas horas de aprendizaje a bordo de un bicicleta prestada.

Desde el sábado 24 de mayo ya tengo mi propia bicicleta. Se trata de La Lola, una huffy shimano con ruedas de 24 pulgadas de diámetro. De acuerdo con Súchit Chávez, las huffy son buenas bicicletas porque son livianas y el usuario sólo debe preocuparse por empujar su propio peso y no el pesado chasis.

El nombre de la bici --Lola-- se lo de debo a Gorkkus, no me pregunten cuál es su nombre que no lo sé. Creo que se llama Ernesto y que es experto en mecánica de aviones. Es un tipo medio bohemio que se las da de escritor y con quien resulta divertido ir al supermercado y hablar de literatura.

"Ponéle Dolores", me recomendó, "por aquello de los dolores que te va dar". Pero Dolores me resultò un nombre demasiado vulgar, corriente, soso. En cambio Lola me suena un nombre más fuerte, corto y contundente.

Pues resulta que la Lola lleva tres días en la intemperie. Su nueva dueña, osea yo, todavía no la he estenado. Resulta que la Lola es usada, tiene una llanta sin aire y la otra creo que no sirve porque tiene una cicatriz.


Aún no me animo a bajar a La Lola por los 36 escalones que hay entre el suelo firme y los 27 m2 donde tengo instalado mi hogar (un valúo dice que mi apartamento mide 30.38 m2, pero creo que me están estafando o han incluido aire que ahora me roban unos bastardos buseros de la ruta 302 que se han instalado ilegalmente frente a mi ventana, quienes además de robarme el paisaje me han expropiado la paz matutina, con sus gritos, pitos y motores).

En fin. Tengo 33 años, una bibicleta usada, un tanque vehicular que se llena con CUARENTA Y CINCO DÓLARES de gasolina regular, un par de deseos por aprender a andar en bicicleta (como alma libre y salvaje) y una oferta para integrar el club de ciclismo de Gasolina (diseñador de la sección Política del periódico para el cual trabajo, quien tiene por religión recorrer todo El Cafetalón y hacer varios circuitos de bicimontañismo).

¿Aprenderé a sostener el equilibrio, avanzar, frenar, hacer piruetas...todo sin quebrarme algùn hueso (dientes incluidos)? Aún no lo sé. Espero que no, aunque tengo un poco de miedo. Crucen los dedos por mí.



3 comentarios:

Unknown dijo...

Es un honorazo que me incluyás en este post, y más honorazo todavía: ser la que te motive a arruinarte para ser un alma libre y salvaje, ji ji. Cuando tu Huffy Lola, o Lola Huffy como sea, vuele con vos, la emoción de Easy Rider, el ritmo de Born to be wild, y el grito de Jack Dawson se te quedarán cortos, ya vas a ver. Creo también, honestamente no lo voy a ocultar, que también te acordarás de mí si algún día (no te lo estoy deseando) te llegás a caer: en eso, Babar, las dos no tenemos defensa a nuestro favor, je.

Camila Calles dijo...

Lola, es el personaje de cuento que le inventé a Andrea y que ahora Chiquis disfruta desde la barriga, es un lagartija, al leer tu post, cree uno nuevo, "La bicicleta de Lola que la babar ocupa"

contrapoder dijo...

Tu historia me gusta. Me recuerda un comercial de un portal en la web en el que se compra y vende de todo. Aparece una motocicleta que termina casándose con un tipo que ya frente al altar deja a otra moto menos apapachable. Y Lola me evoca al personaje de gran carácter de una película alemana, "Corre, Lola, corre". Me alegra que te propongás hacer bici. Bici de verdad, al aire libre. Espero que no se te vaya a encabritar cuando la montés, sobre todo porque la estás maltratando dejándola a la intemperie. Ojo: la llanta debe tener suficiente aire dentro antes de que usés la bicicleta. Y tranquila con la llanta llena de cicatrices: señal de que podés contar con su experiencia, y de que te puede llevar por los mejores caminos.