
Me encantan los zapatos. Confieso que soy zapatófila. En los armarios de mi apartamiento y en la casa materna almaceno en total una veintena, con suerte. Tengo de casi todos los colores: un par de bellas plataformas de tela turquesa asentadas sobre un tacón forrado con finos y trenzados lazos blancos, zapatillas rojas de charol, sandalias y estiletos beige, rosados puntigudos, plateados, vinos, dorados, así como los infaltables negros (algunos con tachuelas). Tengo tenis así como una diversidad de yinas (amarillas con tiras anaranjadas, de plataforma de esponja celeste y adornadas con lentejuelas al frente, de textura tipo petate con delicadas trenzas de cuero negro).
Aclaro que soy zapatófila de bajo presupuesto. Aunque mi colección puede dar la impresión de haber sido sacada de algún catálogo de Agatha Ruiz de la Prada, por aquello de los colores y lo estrambótico, no por el precio ni el acabado de diseñador, es de los más silvestre y económica. Para gustos los colores y yo tengo muchos en mis armarios.
Casi nunca compro guiada por la trampa de las marcas. Creo a pie juntillas que es una estafa pagar a precios de euros por un par de cueros ensamblados en colones, a pesar de que la viñeta sea la quintaesencia de alguna firma publicitada a nivel global. Para mi es un insulto a mi bolsillo y a mi inteligencia. Punto. Prefiero comprar calzado que no sobrepase los 30 dólares (excediéndome puedo llegar a los 35 dólares). Me gustan lindos y desechables, así como de pasajera es la moda.
Pero no crean que no dejo de sostener la respiración cada vez que paso ante alguna valla publicitaria decorada con algún sacrificado ejemplar masculino (beato del gimnasio), que derramado sobre un sillón tipo Luis XV (que se hunde en las arenas del trópico), me seduce con su mirada (de pupilas de contacto) para venderme un par de sandalias. Confieso que prefiero esa publicidad a la mal recordada campaña de mujeres zoomorfizadas por los celos.
Pero la idea de jugar con la muerte, la moda y los zapatos me tiene indignada. Un cartel con una mujer desmayada en fase previa al rigor mortis, se ha reproducido como plaga en este país donde a diario mueren 10 personas por arma de fuego, amén de las víctimas de la violencia doméstica, las armas de fuego así como las imprudencias al volante.
Semejante afiche me da úlcera. Raya con el respeto. Trivializa la violencia… con zapatos. Acaso es un signo de nuestros tiempos, donde la muerte ya está lo suficientemente perneada en nuestra vida que hasta podemos usarla como anzuelo publicitario. ¿La muerte ya se nos volvió tan cotidiana que la trivializamos con zapatos rojo sangre?